domingo, 29 de agosto de 2010

Los parásitos.

Sentando en su silla de madera. Se balanceaba. Una lámpara que iluminaba tenuemente tan solo el escritorio donde él se encontraba. La niebla del cigarrillo. La maldición de la soledad. El desasosiego que descansaba en cada fibra corporal evidenciaba el temor a los parásitos, a aquellas fantasías.
Ausencia y presencia, las almas deambulaban, el las supo sentir, las percibía, se confundían con la noche del cuarto y sin embargo los parásitos lo ayudaban a confirmar que lo que sucedía ahí, a pocos metros de él era lo real. No había posibilidad para la duda. O se dejaba devorar cruelmente hasta el estremecimiento, hasta el mismísimo dolor que no deja respirar, el que asfixia, o intentar liberarse de toda sofocación, es decir combatir contra los parásitos. Esos malditos que se habían perpetuado en su propia conciencia, se habían convertido en el señorío de sus actos, de sus pensamientos, de todo lo que era. Controlaban sus deseos, sus emociones. Sus pasiones desde un tiempo a la fecha habían sido atadas a un palo, los instintos habían sido domados, soslayando la voluntad.
De a ratos abría los ojos, contemplaba las páginas escritas vaya a saber cuando dispersas en su escritorio demacrado, atiborrado de cenizas y atestado de lamentos. Libros sin leer, asuntos pendientes no resueltos, ahí estaba el escritorio.

- Hubiese sido mejor colocar el escritorio no frente a la puerta sino en la pared de la derecha, ya que hubiese tenido tiempo, si es que me venían a buscar estos gusanos, que tan solo están para perseguirme, de esconderme tras la puerta y de esa forma poder golpearlos en la cabeza hasta darle muerte. Pero muchas veces, admito, solo los veía apoderarse de mi y dejarlos ir, mientras yo arrodillado suplicaba un poco de aire. -

Sus ultimas palabras habían sido estas, las palabras se habían perdido en el cuarto, las almas que el veía besándose, eran tan solo dos, habían atrapado sus dichos. Estaba todo dicho para él, la locura no era la reina madre, era esclavo de aquellos seres, que claramente lo poseían, ya se habían propuesto acumular, y crecer dentro de nuestro protagonista. Anhelaban la violencia, la disciplina, la obediencia, el debía agachar la cabeza cuando dictaban una palabra, ellos eran los veraces. Estaban respaldados por un mundo psicológico entero, por un pasado. Contaban con la seguridad de que la ipseidad de la verdad, es decir su historia misma era la que acusaba como el único sustento necesario de aquellos parásitos, en efecto el responsable era nuestro sujeto, nuestro héroe. Brilla como la luz de un nuevo amanecer, nadie era culpable, y podían ser los asesinos de la subjetividad de este hombre desgarrado, solitario y taciturno, que se encontraba dibujando garabatos, o pasaba inmediatamente a cortarse las uñas, o simplemente movía los labios.
Hubo un momento donde se levantó, se acercó a un espejo, llevó a su rostro una vela que había sacado de uno de los cajones del escritorio y contempló esa imagen, lo que no veía. De momento, le inspiraba placer ese reflejo, era lo desconocido, como la espalda. Sonreía, lloró de emoción – recuerdo. Cerraba un ojo, abría otro, cerraba este último y abría el primero. Hasta que comenzó a vacilar, era claro, la carne era un muro para todo lo que él buscaba, la carne le impedía abrir camino para abrazar lo que le pertenecía.

– ¿Donde esta, donde esta? se preguntaba

El cuarto empezó a dejar paso a toda la neurosis, el escritorio al fin roto luego de tanta paliza, la silla había sido arrojada contra el espejo. Se llevó un cigarro nuevo a la boca, mientras reposaba en un rincón, de repente nota que un pequeño pedazo de espejo se acercaba a él, lo toma, vuelve a mirarse, tan solo asomaba su ojo izquierdo, y parte de la mejilla. Los parásitos se habían totalizado en la vida. Una de las almas lloraba de la angustia, la otra se le acercó a un oído y le susurró el final. Un nuevo comienzo, una rehabilitación para adaptarse, de que seguramente los parásitos morirían, pero que él nunca tendría salvación, nunca seria lo que fue, sino simplemente una mera adaptación.

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