jueves, 15 de julio de 2010

Diálogos: Rumbo

Persona 1: - Esperando el rincón, esperando el silencio ¿es posible que se aspire a tanto? Vos que andás por callejones, y bulevares de villa devoto, pateando hojas, sintiendo el frío, padeciendo la abundancia y prolongándote en la existencia sin mucho que pedir, sin mucho que decidir. Acaso ¿será posible el destino? Si podríamos descubrir que es verdadero un rumbo marcado, preestablecido ya diseñado, entonces estamos libres de fracaso, de éxito.

Persona 2: - No lo se mi amigo, tan solo puedo decir que me cuesta demasiado ser feliz. Es cierto, y son validas tus preguntas. Mientras tanto en mi defensa debo decir que ando agobiado para contestarte incluso para hacérmelas a mi mismo ¿Qué culpa tengo? Soy miserable.

Persona 1: - Hace tiempo que no te veo como solías ser, ¿Qué te ha pasado? ¿Qué te ha quebrantado?, alguien te tuvo que haber lastimado.

Persona 2: - Los años, los siglos, la historia. El amor a ser se ha perdido, se derramo por las veredas, salpico las huellas. Yo soy pasado, estoy descartado. Una mujer se olvido por completo mi nombre, de mis manos.
¿Sabes una cosa?, me da vergüenza admitírtelo.

Persona 1: - Por favor, dime.

Persona 2: - He intentando quitarme la vida hace unos días.

Persona 1: - La sangre nunca limpia la herida, nunca limpia la remanencia del dolor. La sangre huye, hace que escapes.

Persona 2: - Eso mi amigo, escapar, yo quise eso, escapar. Me resultaba una idea tan hermosa, tan caóticamente preciosa. Me encontraba semanas atrás obsesionado con esa idea, la ponía sobre mis brazos, la contemplaba. Anhelaba escapar, me sumergía en el deseo, me imaginaba por fin libre. Una tarde ¿sabes?, me vi frente a un espejo, arrodillado. Y mágicamente, descubrí, que ese no era yo. Que aquella imagen, era mi reflejo. Yo era el que miraba directo a esa copia.

Persona 1: - Estas diciendo pavadas.

Persona 2: - No, quisiera que me entiendas. Lo real era que yo estaba arrodillado, a punto de morir, el arma en mi mano. Por entonces fue cuando sucedió lo mágico, ahí, en ese reflejo no estaba yo, yo era la condición de posibilidad de ese reflejo. Si yo me movía dos pasos ese espejo era inútil, dejaba de haber una imagen. Sin embargo yo seguía, iba a saber que existía, y eso fue lo que sucedió. Sentir la amargura de la existencia, pero que sin embargo era mía, de que yo era.

Persona 1: - No puedo comprender que intentas explicarme.

Persona 2: - Amigo, ¡de que era responsable de mi mismo y de todo lo que sucediera en el mundo!

Personas 1: - Entonces has de saber, y haberme respondido sobre el destino. Sobre nuestra libertad.

Persona 2: - Lo dudo. ¿Y si estuviera equivocado? Seria aterrador estarlo. Yo solo estoy seguro de que era responsable de mi cuerpo, de que si disparaba yo moría. Como bien haz dicho, el rumbo es otra cosa muy distinta. Mis actos como los tuyos, como la señora que pasa por la calle, o como el mozo que no sirvió el café modifican la realidad, hacen aparecer nuevas cosas. Aun así me pregunto ¿este es mi rumbo? ¿Estar hablando sobre mis pensamientos, y vos cuestionándome sobre lo que me ha pasado? Tan solo se, usando tus propias palabras, que me prolongo, me estiro en el tiempo y en el espacio y que es eso me agobia y me tienta a huir.

Persona 1: - Pues entonces, amigo, deberíamos cuestionar si elegir una profesión, si querer ser medico, arquitecto, obrero o toda profesión es un rumbo en si mismo. Perdón que cambie de tema, pero aun así en tu revelación ¿Por qué decidiste no terminar?

Persona 2: - No creas que desvíes el tema, aunque no lo creas la respuesta amalgama lo dicho por vos recién. Al saber que era mi cuerpo, y que él hubiera de arrastrar conmigo todo lo poco que de mi ya había y aborrecía, descubrí, no se si lógicamente o creyentemente, de que no habría de escapar sino que solo quedaba desaparecer, diluirme como la sangre que se desparramaría por el suelo. De que no había sentido alguno, puesto que yo ya le había quitado toda esencia al acto de escapar.

Personas 1: - Consideras que ya nada tiene sentido, aun vas mas allá, nada tiene sentido si no es por nosotros. Ni que nunca algo lo tuvo.

Persona 2: - No lo se mi amigo, no lo se.

Persona 1: Yo estoy convencido que si lo sabes

Persona 2: - Yo solo se que sigo vivo.

domingo, 4 de julio de 2010

Carta IV: Animarse.

Domingo 4 de Julio, 2010



Una noche serena, una cálida brisa, la agradable música que abarca toda la habitación, todo este perfecto ambiente invita a la compañía, a esa sensación o pensamiento de querer dialogar, aun así, no hay nada. ¿Qué puedo hacer? Prender un cigarro, y seguir deseando. El deseo que todo lo moviliza pero como tal, es decir por su condición exige perpetuarse como deseo, y sin embargo yo quiero agotarlo. Yo ahí, ella enfrente, una palabra se filtra por sus labios, una sonrisa se escapa torpemente y mis músculos se doblan o transforman para formarla, una botella de cerveza, en un invierno agotado, ese es el deseo que me es propio.
Hay que animarse, la cobardía es solo de Dios. En lo que a mi me respecta, como ser humano no puedo conformarme por cobardía ha perderla, lo mismo sucede cuando se pregunta Dostoievsky si se puede vivir tan solo por cobardía. No, no se puede ni una ni la otra cosa. Hay que hacer, o por lo menos es preciso decidir. De eso se trata la libertad. El resultado no importa, el resultado es lo que se anhela. Por otro lado las decisiones son, y nunca dejaran de ser, ellas no son pretendidas, ellas construyen lo que uno pretende. Ahora mi pasión es poder compartir la seducción con ella.
Mientras tanto, escribo, todavía no encendí el cigarro, pero la noche se consolida atractiva. Es cierto, es grato ahora mismo, lo único que se puede comprobar. Los temas del disco mueren, y una nueva canción nace. ¿Qué significa todo esto? Que el tiempo ocurre, que el tiempo no muere, sino en realidad todo aquello, todas las cosas que están dentro de él. Por lo visto, apartarse, es decir, ser atemporal es lo imposible indudablemente. Tengo que animarme o me consumiré en el tiempo y restará solo el olvido, y las existencias de mis sentimientos desaparecerán mudas, de forma mustia sin haber sido expulsadas de mi sistema, sin haberse quebrado o haberse diluido en el aire.
Crece el descontento, aparece el cansancio y las ganas de dormir, perder el tiempo parece una rutina favorita del mundo entero, parece que un manto de inercia ha caído sobre mí. Se escuchan ruidos, las luces del pasillo del edificio iluminan, y se deja ver desde mi ventana. De repente se apagan, nada es la normalidad, siempre es algo nuevo. Sinceramente lo que siento, este deseo carente de voluntad no es nuevo, tampoco es viejo, sino constante, es claro, siempre se eyecta al futuro. Pero en esta situación pienso: aunque por increíble que retumbe en las conciencias, ella es la clase de mujer que siempre ha hecho suspirar. ¿Qué culpa tengo? Quererla.
Como un novicio en estas cuestiones he de tener miedo, habrá que aniquilarlo, habrá que dejar de ser un inexperto y afrontar lo que sucede, y no detenerse frente al muro. Existen dos posibilidades: o saltarlo, o dejar el rastro en forma de lamento y luego secar la sangre en los ladrillos del muro. Habré de hacerme daño.
Luego de varios minutos hay solo silencio, el silencio de aquellos que esperan. Las nueves corren, se mezclan, colisionan, y se funden en un mismo cielo del que son partes, ellas solo ellas, yo las miro desde abajo, las detesto, las envidio: ellas no sienten. Ellas no recuerdan el mínimo detalle, no intentan re-atrapar los momentos. Y yo que soy un pobre tipo que solo recuerda, que acumula conversaciones, situaciones, que reabsorbe en la memora cada tris junto a ella, y a la vez desperdicia cada oportunidad, que todo lo pierde. Para vivir hay que decidir, para decidir hay que animarse, mi fundamento, la libertad.