jueves, 7 de julio de 2011

La Flor.

Había llegado a la casa preso de un agotamiento torpe después de haber visitado a Jorge, amigo por excelencia pero de los cuales uno no puede confiar determinadas circunstancias o emociones. Allí me encontraba, revoleé mis llaves por el cuarto y dejé unos libros arriba del escritorio, caminé hasta la cocina y preparé unos mates. Prendí un cigarrillo y recuerdo haberlo fumado como si fuera el último. Entre tanto pensaba, daba la impresión de no poder resolver toda una pegatina de cuestiones o preocupaciones, un escollo bastante cerrado difícil de desenvolver. Apoyado sobre la mesada de mármol no podía escapar de La Razón, sobre todo por el inútil intento de ordenar mis ideas. Me acordé de Mayra y percibí un quiebre en el tiempo. Suspiré y el agua para el mate hirvió. Levanté la tapita de la pava para dejar enfriar un poco. Mientras tanto me dirigí al cuarto y tomé un libro mustio titulado ´´ La Razón y el Minotauro``, era una compilación de pequeños ensayos, lo abrí y lo cerré. Enfrascado continuaba en mi inercia de ideas.

El día estaba congelado pero aun así existía un sol radiante que penetraba por las ventanas, por la cerradura de la puerta de entrada, se escabullía entre las rendijas de las persianas. Todo iluminado. Las cortinas del comedor color maíz se balanceaban por le viento agitado. Se escuchaban las voces de los vecinos, de los niños. Hubiese deseado que se callaran, pero no lo deseé, había en ello una cómoda compañía. En este mundo, comprendía, no estaba yo solo, de igual manera sentía, es decir nacía en mí la sensación de que existía un error en él, algo andaba mal. Percibía una grieta a corregir. No sé si era yo o era el mundo. Si las experiencias personales habían hecho de mí un hombre patético o meramente el mundo no debiese ser lo que es. De seguro crecía un malestar dentro mío, malestar enmarañado por el sin fin de sucesos recientes que se apoltronaron en forma irregular como las hojas de los árboles, caídas al suelo una sobre las otras y ese todo incomodaba al cuerpo mismo, como una especie de huella crispada o de estar caminando en un laberinto.

Sonó el teléfono. Un privado, ni me molesté en atender supe instantáneamente que era la oferta de algún servicio telefónico o de salud. Me mordí los labios. Tomé las llaves y me fui de la casa, dejando el mate inconcluso, olvidado. Era menester despejarme, ver el cielo y dejar al frío hacer de las suyas con mis dedos, con mi nariz, permitirle que entumezca mi cuerpo.

Observaba a la gente caminar, a la vida que no sucede. Me detuve en una esquina a pispiar por los cuatros caminos a tomar. Opté por el regreso. Algo estaba por acontecer, se movía ahí donde uno menos lo espera.

Subí por las escalares mientras mis manos buscaban las llaves en el llavero. Abrí y de repente… nada, todo estaba en el mismo lugar. Ningún cambio. Fue así que calenté el agua tomando los recaudos suficientes y necesarios para que no hirviera y entonces me senté en mi silla y cebé. Al primer mate recordé una foto de Mayra en donde yo no estaba, al segundo deseé con violencia y pasión haber sido yo el que estaba junto a ella en la foto. Al tercero no me resigne, no así sin lamentarme pero no me detuve.

Recordé unas vacaciones en Corrientes, y un viaje a Rosario. Nada de lo que acaecía en la memoria era lo que recordaba, una cosa completamente distinta, una mera representación, quizás, bañada de afecto. Todo lo que aparece fantasmagóricamente no era ni Mayra, ni Corrientes, ni Rosario, nada se asemejaba a lo que fue en su momento, como cuando me acordé haberme golpeado todo el cuerpo con las piedras de Chapadmalal ocultas por el mar. Aquella experiencia del dolor no era sentida, si bien recordaba el dolor en mis costillas y mis manos raspadas y el ardor de la piel por el agua salada, nada de eso era real. Ciertamente, recordamos lo que no es, lo que dejo de ser y lo que ya no será, por su carácter de ser pasado y porque tampoco es ese pasado. Es otra cosa maravillosamente distinta, que puede remitir hacia aquel pasado. Una distancia que no es un camino al cual podamos utilizar para retroceder. Es un intento que fracasa perennemente y sin embargo no nos agotamos de fracasar.

A pesar de todo el día proseguía, un sol tenue, se escuchaban el venir de los vecinos, sus zapatos chocar con el piso del pasillo del edificio, el abrir y cerrar de las puertas. Un grito desgarró la calma, no tardó en volver a la normalidad. Los televisores se prendían, era evidente el cambio del ambiente. Siempre creí que la electricidad es responsable también de marcar la diferencia entre el día y la noche o en realidad es notorio la diferencia, aunque no lleguen a nosotros los sonidos provenientes de la radio o las voces, es perceptible que a la noche reina un silencio no tanto absoluto como fuertemente marcado.

Mientras tanto había decidido irme a recostar, estaba cansado, no había escrito nada nuevo durante la tarde. Ya en la cama hice el intento de dormir, pero fue en vano. Di vueltas, fijé mi mirada a la izquierda de la habitación donde estaban los libros en mi biblioteca. Siempre entre libro, no los consideraba como una compañía, ni tampoco como una pasión los hacia. Si leía, si me sumergía en su hojas era para distraerme. Pero será la suerte de la vida, los libros lograron emocionarme y descubrir que lo irreal produce malestares o placeres, enferman como curan, tan parecido era ello a los hechos o a las decisiones de las personas cuando afectan al otro, a mi. Los libros me habían revelado como la Biblia al católico una verdad o una certeza: la vulnerabilidad del hombre ante no determinadas cosas sino más bien a todo lo que nos secuestra o nos envuelve sea la realidad o la irrealidad. Mas aun, me generaron los libros, la idea no tan firme de que no existe la realidad y de que todo es un relato, pero por otro lado están los hechos también, lo que ocurre. Aunque siempre afectan cuando nos separamos de ellos y comprendemos el hecho, cuando su sentido cobra vigor al otorgárselo, es decir al producirlo. Los libros han sido para mí la clara noción de la semejanza que guardábamos con los poderes de los Dioses, de que son, a veces las palabras las que ordenan al mundo. Como Fuxi o Fu Hsi (el primero de los Tres Augustos y los cinco emperadores), que al mirar al cielo vio un animal mitológico y en su lomo vio escrito los cimientos del I-Ching, el libro de las mutaciones.

Pero los libros no han sido jamás una compañía, fueron el no pensar de mi soledad, era siempre ese lugar de los personajes fantásticos, lugar para espiarlos o sorprenderme de la genialidad del autor o del acercamiento a este ultimo, como cuando leo a Borges o cuando leo al inmenso Dostoievski. Creo que fue mi abuelo el que me tentó a la lectura, su insistencia, como también con el ajedrez. Pero fui yo el que perpetuo aquel cometido.

De repente cobré conciencia de mi, yo acostado sin poder dormir, en silencio. Un cuerpo, el mío como referencia ante las cosas. Nada me hacia vibrar, estaba aburrido. Sabía que algo iba a ocurrir, estaba ahí latente moviéndose por la sangre, se deslizaba por los músculos, especie de ataque de pánico pero no, tampoco, nunca hubiera podido comprender, de comprenderla. Pero algo se agitaba. Yo esperaba en el inagotable aburrimiento. Me dormí.

Acá comienza mi relato. Al abrir los ojos supe que había dormido como una bestia, era de noche eran las tres y cuarenta y siente de la mañana. No había cenado, me salteé la comida pero tampoco tenia hambre. Fui al baño y volví al cuarto. Fume otro cigarrillo y no sabía que hacer. En la oscuridad cerré los ojos y todo se desencadenó.

Vi el color violeta aparecer en forma de círculo desarmándose y cobrando la fuerza y la figura de un hombre con los brazos tendidos hacia delante que giraba alrededor del inmenso espacio oscuro, se desvanecía y la secuencia volvía a repetirse varias veces. Puse mis manos sobre los parpados y vi la sangre fluir por mis venas hasta dar con los huesos de la mano. Se esfumaba y me esforzaba en mirar aun más y lo lograba. Hasta que una Flor surgía desde lo mas profundo y desconocido Universo, los pétalos violetas fundidos con el negro tenían escrito su nombre, pero no aparecía palabra ni letra alguna. Esa Flor era ella, yo sabia que era ella, como una Emperatriz de ese mundo que apareció, ni real ni irreal había cobrado la vida la imaginación. La inauguración de la Flor era magnifica, sus pétalos brillaban y se desprendían para volver a nacer aun mas superiores, esplendidos, cada vez mas bondadosos, nobles. Existía. Todo existía sin tiempo, sin cuerpo, ahí. Ella flotaba en la oscuridad. La Flor también moría y desde el extremo derecho inferior volvía aparecer aumentando su tamaño. Una espiral en torno a un tornado también color violeta arrancaba los pétalos. Círculo de un azul inmaterial viajaban. Los pliegues de mi mano. Era una inmensidad dulce. La mansedumbre suave de la existencia incorpórea de ella me elevaba al éxtasis narcótico causante de haberme transportado a ese lugar donde descubría todo lo que Mayra había producido en mí, lo que de ella quedó después de marcharse. Una trascendencia magnate que masticaba mi ser, destruyéndolo para combatir con la locura dejándome vencer porque hasta ahí yo quería dirigirme. A esa cercanía con ella, sin dolor, sin razón sin justificación, más que la dicha y el placer de saber que ella existía y todo lo que había hecho en mí fue un mundo nuevo. La Flor continuaba, en su gineceo, su centro superficial era la entrada a lo dionisíaco, hasta detenerme en su néctar, el vino de los Dioses Griegos. Esa dulzura ácida era mi lugar, bebí el néctar y comencé ascender, las anteras y los estigmas me rozaron y lloré. Vi por última vez a la Flor y lentamente empezaba a reinar la oscuridad del Universo.

Aquí culmina mi experiencia. Abrí los ojos, incrédulo de lo que había pasado pero no había duda alguna. Sonreí y me quedé en silencio.