miércoles, 4 de agosto de 2010

El Sujeto-inerte y El Escupitado

Hay aspiraciones morbosas que se intentan instalar, y violencia renovada que se manifiesta en ´´silencio y despacio``, algún ilustre hombre hizo uso de estas palabras. Hay un miedo manifiesto instaurado por fuerzas con voluntad poderosa para colonizar a los sujetos. Hay monstruos masivos que infectan al individuo, al sujeto-inerte.

Existe una ciudad oscura, de callejones, de avenidas, de luces opacas, una ciudad fría, cruel, vasta pero intolerante. Una ciudad sin ideas nuevas de gente sin pensamiento autónomo e independiente, de personas que se consideran aptos para opinar sobre aquel escupido que ha copado esos callejones, avenidas, plazas. Hay sujetos-inertes que prejuzgan, que vomitan rabia y en el intento de limpiar la mugre, que solo de ellos puede surgir, evidencian el miedo – que funciona como una enfermedad autoinmune –. Ese miedo que se traduce o se transforma en odio, un miedo que evoluciona y se calma a si mismo por la bronca, por el rechazo, por la discriminación que llevan a cabo. Estas personas se encierran, temen abrirse, debido a que si realizan ese acto de valentía dejarían trascender la responsabilidad, la culpa que todos tenemos de todo y sobre todos.

Sus manos, su silencio, su olvido o indiferencia hicieron de las calles la prueba del sufrimiento humano, de que el infierno esta a la vista, construido por sus actos, por las decisiones alienadas o libres.

Ciudad-infierno repleta de rencor por la modernidad desbocada, su resultado son los hambrientos y los desesperados sin derechos, sin más sistema que el del castigo y la sangre. El gran pueblo habla de guerra, de combatir al escupitado, los mortales exigen muerte, intentan obligar la limpieza necesaria. Es claro el gran pueblo es cobarde, el gran pueblo se muere de miedo, el gran pueblo encontró el destino natural de cada hombre y mujer en la tierra: su muerte. Empero, vive y en su inmenso letargo se sumerge a un abismo, compran vértigo y solamente por gula asquerosa cocinan las verdades a fuego rápido para comerla desagradablemente, para justificarse. No vacilan un instante en intencionarse nuevamente a esas verdades. Esta ciudad teme a lo irreal, y de alguna manera se derrama en la realidad.

Están arrancados de cuajo, están aislados dentro del sistema, han sido reducidos a la minina expresión, son átomos rabiosos. Se escuchan de sus bocas gritos de justicia, y denuncian histéricos todo lo que se encuentra en su camino, cuando en verdad están hablando por lo bajo sobre fustigar a los nuevos bárbaros. Ansiosos se los puede ver por lograr su cometido. Están sumidos en la vorágine, han sido totalizados por ese monstruo adicto al poder. Aceptan la dominación y se entregan al sueño placido, al descanso enfermo, a la abundancia excrementa. Enfrentan al mundo arrodillados, servilmente cumplen con las obligaciones que un hombre debe hacer.

Esta ciudad-infierno que como tal todo aquel que se atrevió y se atreve sin haberlo elegido no solo sufre el calor, sino también el frío, la suciedad del civilizado, la lluvia, la desprotección, los vicios, el escape. Padecen los puños cerrados, los golpes del poder, el rechazo, el esquive del que tiene posibilidades, la vista que rápidamente se desvanece. Experimentan la lastima, escuchan los argumentos sobre rehabilitación o de reformar. Son sabidos y construidos abstractamente como los degenerados, los que han perdido la calidad original que el hombre en-si posee. Se sienten descartados, sin futuro en fin, sin vida. Han sido planeados para justificar el olvido: sin derechos, sin futuro, sin vida, sin todo sustento que los muestre y los haga como hombres y mujeres, así de esta forma ha quedado abierto el camino para las aberraciones, es decir por definición: la apertura y las condiciones necesarias y posibles para la última escupida.

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