¿Y si todo es mentira? ¿Todo lo que creía es cierto?
¿A caso se piensa en el hombre, bajo la lupa de una moral que lo engaña? ¿Si
tan solo se busca hacer el bien, haciendo daño, pero con una tranquilidad que
le grita de lejos que obró bien? ¿Cómo continuar, si estamos escindidos en la
vida? ¿Cuando sos de verdad, y cuando sos una falsedad? ¿En que plano de la
vida? ¿No deberías mantener una misma integridad o ser en cualquier plano, o
proyecto el mismo? ¿O tan solo danzamos en distintas obras de teatro, divina
comedia?
Tengo que irme a un más acá, a una lejanía que
abandonamos como humanidad para abrazar el culto de una moral maloliente, es
decir un culto mortal, decadente. Escalaré una montaña, tan alta como mi
destino, y desde la cima recuperaré mi sonrisa. Bailaré bebiendo aire. Empezaré
a ser lo que soy. Agotaré todo el desprecio, y liberaré a mi nausea, para
saborear a mi temible demonio, para perderme, y así renacer nuevamente.
Si toda vida se basa en la apariencia, en el arte,
en el engaño, en la óptica, en la necesidad de lo perspectivístico y del error,
entonces no soy responsable, absolutamente, de nada. No me espera el sendero
que me lleva a la verdad, solamente aguarda en silencio mi verdad. Cuándo uno
deja de creer en el hombre debe perecer, o ser superior. Incrementar su
fuerza, obedecer a su voluntad.
El velo de Maya debe caer. Sándaka, el pobre
ignorante, tenía razón. Vivir en los dominios de la ilusión, es vivir
muerto. Ahora hay que crecer, aislado del mundo para curar la herida mortal que
tengo. Pero admito, aquel puñal que desenvainaron significo la luz, la
clarividencia. Fue mirar directamente a los ojos de Medusa. Una perdición, un
ocaso. Pero vuelve a amanecer, ahí, en mi morada espera el sol para reconstruir
mis cenizas. Haré sombras con mis alas. Ya nadie me recordará. No me estremece
el futuro odio, me estremece está cultura, las palabras, la cobardía. El
perdón no es la solución, ni el remedio. No me interesa porque no es de mi
incumbencia hacer sentir bien o sacar una sonrisa a la humanidad.
Muchos años,
demasiado tiempo creyendo en el hombre. ¿Tiempo perdido o aprendizaje a
martillazos? Llegó el momento lícito para mi dureza, de mi honestidad, de mi
libertad incondicional. Tiempo de nuevas verdades. Los ídolos viejos caerán, y porque
ideales ya no sirven.
Al igual que mi maestro, pregunto: "¿qué
derecho tengo yo a confundirme con aquellos a quienes hoy se presta atención?,
solamente me pertenece el pasado mañana. Ciertos hombres nacen póstumos".
Poco importa ser condenado. Que las consecuencias desgarren mi cuerpo, no le
temo al dolor, lo miro bien de cerca.
Nicolás
Zapata.
Villa del Parque, 19 de
junio, 2012.