viernes, 4 de noviembre de 2011

Theogonía

Theogonía

Existencia, pura existencia. En el momento inaugural de esta madrugada algo que se atreve a asomarse hace bramar la tranquilidad de los cielos para que surja el crepúsculo de la piel, de la plenitud. El tiempo se detiene y deja lugar a la máxima obra de Arte: un cuerpo. Esta ahí, recostado, tenso, frágil, mansamente exquisito. El escritor al fin puede saborear lo que pocos se atrevieron a experimentar. Él, como los griegos contempla al mundo que se le aparece, mastica suavemente el placer de la existencia de su Musa. Nada importa, los colores de esta realidad estructurada pierden poder, ha nacido el momento de que la vida sea deseada, por todo su esplendor comienza, ella, a ser digna de enaltecimiento.

La musa dionisíaca ha caído al mundo, y en cada movimiento su cuerpo se modifica, levanta una copa y bebe el néctar que baña su boca. De repente se detiene, respira, y al hablar las palabras se posan en sus labios, el aire se desliza sutilmente para desencadenarse en los oídos del escritor. Sonríe y el silencio se quiebra. Yace recostada, las sabanas le rozan las piernas, pero los objetos no sienten, es su cuerpo el que se estremece.

El escritor y su Musa dionisíaca están empastados, se destruyen todos los símbolos y todos los significados, el mundo a desaparecido, tan solo vive una voluntad. La voluntad de perderse, de embriagarse, de librarse de toda moral y de toda esencia. Por primera vez ella le enseña a él lo que es ser inmoral en la experiencia de estar más allá del bien y del mal. Entonces, las ideas comienzan a desangrarse para que surja un campo fértil de nuevas formas, para que del cuerpo broten nuevos frutos, para que se desenvuelva una realidad incierta. En consecuencia, todo es acto por una virtuosa creación producida a martillazos por la imaginación. Ellos dos se engendran, se hacen a si mismos y finalmente se convierten en Dioses.

Sucede que todas las posibilidades trastocan sus destinos, ahora solo existe el peligro de vivir sin justificación. La peligrosa relación de la lucha de fuerzas. Se exige el placer. Florecen las pasiones porque aparece el plexo de las miradas. Se acabó, ya nada debe ser ocultado, cada detalle de la existencia se deja ver. Una aventura de las miradas a la espera de una metamorfosis feroz. La única condición es desplegar del cuerpo a los instintos, permitir la explosión de la pulsión sexual. Se permite el olvido, hay que olvidar. El fin último: cruzar el abismo para alcanzar al animal que se oculta, el mismo que desea y que tiene hambre, que se eyecta a cada oportunidad que ofrece el deleite de existir.

El cuerpo de La Diosa Dionisíaca ha perdido el miedo a la belleza, ella se levanta por encima de toda la humanidad para seducir, y en su seducción corre por encima del universo y se burla de todos los Dioses pudorosos. A diferencia de los últimos, ella existe. Existe tan lenta, tan dulce. No hay sufrimiento, ni felicidad. Mira al escritor para empequeñecerlo y lo obliga a la tentación. Su espalda, sus piernas, el pelo sobre su cuerpo, toda su complexión es hermosa. La inspiración del cuerpo de una Diosa es el descubrimiento del escritor, la libertad del cuerpo de su Diosa lo obliga sin más remedio a entregarse al desenfreno, a la locura. Él se convierte en el instrumento de las posibilidades de su Musa, quiere entregarse a la miel que su cuerpo ofrece. Sospecha que sus pensamientos lo arrastran al ocaso. Desea mirarla, quiere morir cuando esto se acabe.

La Diosa Dionisiaca se acaricia, disfruta existir, no quiere develar sus pensamientos, anhela ser su objeto, y sin embargo no se detiene en su creación. Es lo uno, es la belleza suprema, es la historia completa del cuerpo. Es hermosa, es la calma del dolor del mundo. Es la certeza de que las palabras no solo están de más, sino que mienten. Es un grito para que todos los individuos alguna vez se callen.

Ella, tan solo ella es la calma del dolor del mundo.

A vos, únicamente a vos, mi musa Dionisíaca.

Nicolás Zapata

viernes, 21 de octubre de 2011

Poema de Ayer

Un sueño. La noche quejumbrosa. Un grito. Una espera sorda.

El fastidio y el dolor de los que posponen deseos.

La muerte y la culpa de morir. Las creencias.

El agobio producido por los que nos toman por el cuello

Las manos que no nos quieren soltar. Las obsesiones.

La ficción que somos y las miradas inevitables.

Miradas que nos convierten en estatuas, que nos modelan.

La subjetividad.

Una lágrima en una mejilla y otra que se posa en unos labios.

Un latido. Una aparición, una compañía inútil y de repente se esfuma.

Un milagro y la vida dejó de ser cierta. La distracción fútil, imprecisa.

Un cuerpo que anhela ser dos. Un cuerpo que pide crear.

La destrucción de lo que nunca dejo de ser una posibilidad.

Una voluntad rabiosa que sin pedirlo se detiene en el poniente cardinal.

Una mujer que existe recostada sobre dos sillas.

Una mujer separada del escritor

por una distancia imposible de recorrer.

Un roce de manos, un roce de existencias en soledad.

Algo que no vale nada: el Hacer.

Una verdad nunca atrapada: el Absurdo.

Una teoría nunca puesta en práctica: el Placer.

Un tatuaje en la muñeca y el cuerpo aparece en escena

para que la escenografía se convierta en un transfondo de mundo,

para que se desvanezca el mozo, la mesa, los vasos que chocan,

la pareja de novios, el ruido.

El escritor concluye: el cuerpo es la obra de Arte.

Al alzar su vista los ojos de una serpiente lo aniquilan.

El tiempo se detiene, la sensación de la eternidad.

El mundo suprasensible se atreve a ser real.

Tan solo un instante, inmenso, concreto, infame y de carne.

Una aventura inteligible: La Mirada.

El peligroso descuido de ser mirados.

Las voces se apagan, la música acaba.

Todo muere para dejar que otra cosa nazca, eso es la necesidad.

Por definición el placer es la búsqueda constante de realizar un deseo

para que la pasión, al fin, se haga ciega

y cabalgue a martillazos arriba de aquella voluntad

que todo devora y a todo lo aplasta al mundo y así obtener

lo que los otros, los cercanos, le prohibieron.

Un silencio.

Una despedida.

Un hasta luego.

Tan solo queda el miedo a la libertad.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Tu Rostro

¡Elevad también las piernas,

Excelentes danzantes y mejor que esto:

Sosteneos incluso sobre la cabeza!


Luego de varios intentos de escritura y mal gasto de la tinta de mi lapicera y sobre todo del tiempo, vino a mi, en una especie de caída repentina, un recuerdo tan reciente, lo suficiente como para poder asir al pasado, ya que su frescura me procura aun como ayer la misma sensación de ver sentimientos opuestos, especie de peritropé, que en griego significa la existencia de una contradicción dentro de una misma cosa.

Nuevamente funcionaste como fuerza creadora, mi musa Dionisiaca. Este recuerdo que poseo no es un secreto: es tu rostro, es el de ayer el cual reveló que el Arte y la Danza producen estragos en todo tu cuerpo invitando una imposible lucha muerte a esa contradicción interna, a un duelo utópico en el que ninguno de ellos muere ni murió sino que existían y aun existen en tensión justamente para convivir, para Ser.

Dos Dioses se disputaron íntimamente, en aquel vasto campo de batalla llamado cuerpo (tu cuerpo), la coronación de la voluntad. (Intuyo que siempre combaten en silencio, pero ayer se dejaron ver). Apolo y Dioniso batallaron fugazmente, tu rostro los expuso, los puso al desnudo. Por mi parte, este torpe escritor, comprendió a los griegos ya que contempló al igual que ellos (estoy seguro) al mundo que los rodeaba: la naturaleza explotando a su alrededor en todo su esplendor. Nada se aleja de la realidad, ahí co-existían lo racional, lo que es calculado y hace del deber una conducta fría, pero por otro lado nacía lo pasional, el instinto ciego de liberar al cuerpo para que adopte, desde el momento inaugural, posturas hermosas en-si por su propia extrañeza en el andar de la propia Danza. Vio la necesidad de expresar y de detonar en una catarsis excesiva sin el uso harto frecuente de las palabras sino de que solo sea el cuerpo, el tuyo, el que hable (por lo menos tan solo una vez mas). Hablar ¿de qué? De que en esos lapsos de tiempo no sentís dolor, ni te detenés frente a los muros. Donde el cuerpo tuyo se reencuentra consigo mismo, donde deja de ser una mera propiedad y no le interesa la mirada que lo secuestra robándole todo su ser sino que cobra vigor y logra ser el que seduce y en su seducción convierte al que mira en un espectador sometido a la belleza del cuerpo.

Tu rostro evidenciaba el desenfreno, la ceguedad de lo que implica tener una pasión y también la necesidad brutal de terminar con la nostalgia y de ser nuevamente todo lo que fuiste, de recuperar al cuerpo, de estar conforme o en verdad de enaltecerlo como debe ser enaltecido, de acabar con ese miedo a la belleza. El rostro tuyo, bien diría Nietzsche, mostraba como la vida es esencialmente inmoral, digna de ser deseada y que todo lo que atenta contra ella es porque busca aniquilarla, negar la vida misma. Porque en tu rostro Apolo dejó ver que su Poder radica en transformar toda pasión en un venenoso sueño. Sin embargo Dioniso por un instante venció y mostró su Poder: la embriaguez, el deseo. En donde, si tu cuerpo se liberara no sería un creador sino que él se haría a si mismo una obra de Arte. A saber: En pleno éxtasis y olvido del mundo te convertirías en una Diosa.


A mi musa Dionisiaca.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Mi lucha.

Creo que no quiero para de escribir nunca. Creo que vivo con mi soledad y a ella me aferro para no perderme. Creo que vivo porque existo y porque escribo. Creo que nada cambia y que es siempre lo mismo: el horror de toda la humanidad, la moral, la pobreza. Creo que estoy asustado y convencido del absurdo de este mundo. Morimos, soñamos, proyectamos y a pesar de todo nada vale. Creo que no le importo a nadie, a mi tampoco me importas vos ni nadie. Creo que estoy enfermo, ahora, acá, mientras la oscuridad de mi cuarto me envuelve y me priva del mundo, de las sensaciones y de los aromas de la belleza que tiene para ofrecer la naturaleza. Creo que tu piel es ya solo un recuerdo lejano. Creo que el cuerpo es el lugar menos aprovechado porque sobre él vive una moral que le impide sumergirse en la embriaguez de los placeres, de aquel néctar que lo alimenta de miel y frutas de nombres desconocidos, que le permite abandonar toda la individualidad y que lo acerca al despojo de las preocupaciones. Creo que el cuerpo, el roce de los cuerpos nos ancla en el presente, en el aquí y ahora. Hacia allá vamos.

Creo, lo sé, que no quiero para de escribir nunca porque es la única manera que encontré para hacer desaparecer a la nausea que me acompaña desde hace años, cuando comprendí que si moría el mundo continuaba, y esta bien que así suceda. Creo en la pasión, en el desenfreno y lo narcótico que me resulta la risa, los besos, el sexo, el robar todo lo que produce, al mismo tiempo, calma y alteración. Creo en no medir las consecuencias. Creo en la parodia del ser humano, somos ficción y simulacro. Hay un misterio, es enorme y elástico: es el cuerpo. Creo que ya no poseo nada, que he perdido toda seguridad en las ideas, por suerte no hay prejuicios ruines que carcomen mi cabeza. Creo que estoy triste y desordenado. Creo en mis obsesiones y mis contradicciones y en mil transformaciones, pero todo sigue exactamente igual.

He hecho el mal, he corrompido e hice llorar a muchas personas. He sido un titán que aplastó todo sentimiento, solamente porque podía hacerlo. Supe hacer crujir los huesos de los que se acercaron, humillé con mis dedos y mis palabras a personas buenas solamente, repito, porque podía. Soy quien soy por el monstruo en que me hice. Pero no me temen, me odian o meramente me ignoran. Creo en la mentira como mecanismo de conservación y necesaria para la vida. Creo que el universo tal como se lo concibe, hace lo que debe hacer mientras el hombre se preocupa.

Creo en los accidentes, en la irresponsabilidad, en el azar, en lo dulce de la existencia creo que morimos cada veinticuatro horas. Creo en la libertad. Creo que solo basta querer. Creo que no hay motivos y eso ya es suficiente para que todo este permitido, pero por supuesto, existe Dios, la moral, y el hombre tal como lo conocemos y es ahí, entonces, donde se acaban todos los peligros de vivir, donde la vida se hace un pasar conformada por lo aburrido y lo único. Creo que no valgo nada ni soy quien para prohibirle al mundo todas sus pasiones y deseos. Creo en los pensamientos retorcidos y lo desagradable como formas de vivir. Creo que lo que esta ocultado, lo que esta tapado y alejado es porque justamente existe, y si existe entonces hay que dejarlo ser y no negar ya nunca mas sus existencias aunque nos produzcan vergüenza, pánico, horror, o si pensamos o tenemos la superstición de que todo ello aunque, lo abominemos, atenta contra la salud y nuestra sociedad.

Creo que aun te sigo esperando ¿a quien? A quien sepa entender todo lo que creo, y aun así, aunque se muera de miedo, me ame. Es a vos a quien le estoy hablando.

Creo que hay que respetar solo a lo que es digno de respeto, en la despreocupación. Creo en las miradas que estremecen la carne, creo en la carne, en el sudor y en todo lo que nos acerca de a poquito al animal. Creo salvajemente en el placer. Creo que se confunde felicidad por placer. Creo que no existe ni un solo Dios, ni el amor tal como lo concebimos. El amor tal como yo lo presumo, es un amor conjetural, sin restricciones sin compromisos, sin obligaciones, un amor que solo exija disfrutar de las personas que participan de él.

Creo que los espejos multiplican los errores de este mundo, pero que a su vez confirman que el sufrimiento esta de este lado del jardín. Esta imagen, que soy yo no padece ni se alegra. Es acá donde se vive porque acá existe un cuerpo. Un cuerpo oprimido, lleno de pudor que sin embargo esta a la espera de sensaciones y nuevos placeres pero que sigue siendo un cuerpo cauteloso, un cuerpo lleno de religiosidad y moral. Creo que es el cuerpo el lugar para experimentar, para ver nacer la belleza. Lugar de aromas tan distintos que las mismísimas flores se marchitan por la envidia. El cuerpo, espacio para dejar al otro dominarlo. Tierra fértil y virgen para explotar toda la euforia. El cuerpo es el lugar para la manifestación plena del animal que somos, para que los placeres se reencuentren con la naturaleza, para satisfacer necesidades, para dar curso libre a los instintos. Hablo del sexo, las bebidas, las drogas. Del lugar para contemplar otros cuerpos, como el tuyo, placer estético cuando disfruto de la belleza que mana de tus piernas, tus brazos, tu piel, tus labios, tu espalda, tu pecho. Ese todo llamado cuerpo es en lo que nunca voy a dejar de creer. Este cuerpo es mi lucha.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Una nueva forma

I

La Canción de la noche.

Un hambre brota de mi belleza:

daño quisiera causar a quienes ilumino,

saquear quisiera a quines colmo de regalos:

- tanta es mi hambre de maldad.

Nietzsche.

Así habló Zaratustra, La Canción de la noche.

Se acabaron los tiempos de amores, las palabras desaparecen, donde el sol poco le interesa la luna. Ha concluido el reino de la verdad y el conocimiento y tan solo queda en mí la destrucción. Se acabó. Si vivo no es para alcanzar la gloria ni el consuelo de aquellos que supieron retirarse a tiempo antes de que los devore, tan solo queda la soledad tan sola ella, ahí, esperando una sola cosa: la pasión, única dosis que me mantiene vivo, ese anhelo de diatribas, de pensamientos oscuros, de imaginar la sangre y el horror de todas las valoraciones y de todos esos cuerpos que se intrometen en los deseos. Hay un rumbo: el silencio de todos los que no saben hablar.

Hoy mas que nunca prefiero la enfermedad, vivir es enfermarse, todo tiene que ser modificado. Ya no hay relatos, ni cuentos, ni imaginario. Solo persiste el movimiento, el devenir. Cuanto más se recuerda menos se hace, o mejor dicho cuanto mas repetimos en palabras malolientes los que nos hizo es cuando soñamos detrás de escritorios.

Se acabaron las creencias, las nuevas ideas, se ha olvidado lo que nos hace grande, solo hay ídolos, monumentos, Dioses. Lo que nos hace grande es la imaginación, lo nuevo. La sangre no es verdad, la verdad procura la sangre, la enaltece, la genera. Habría que volver a pisar la tierra, el suelo, las plantas, ya no hay que mantener al Hombre, la Humanidad desterró al cuerpo de la vida, de la existencia. Al Hombre tal como se lo conoce y se lo abraza no sabe de nosotros, fue el veneno. Es cierto hay que ser mas grande que la Humanidad. Hay que matar al hombre, para ellos es precisa una metamorfosis.

Tenemos que empezar a mirar a la Historia desde otra perspectiva, la que releva que la Historia nos habla de la muerte, de las matanzas, de que nos hemos hecho a nosotros mismos usando la espada, la racionalidad, somos sangre. No la hemos sabido escuchar, desde el fondo nos ha gritado lo que ella es. Y los que la escucharon, nos han mentido porque su voluntad de verdad fue creativa.

¿En que creer? ¿La libertad? Permítanme dudar de los idiotas que nos incitan a creer en que no somos libres. Aunque también hemos sido disciplinados y domados, pero tenemos que hacernos cargo de que hemos dominado y hemos disciplinado. Permítanme odiar, ya ha llegado el momento lícito de la voluntad de odio, odio a todo lo que creí, a vos, a los que cargan con prejuicios, a los que sienten vergüenza, a mi propia vergüenza de sumergirme en el mar, a sus profundidades, odio a todas las ideas asimiladas, odio al yo, al alma, al hombre tal como se lo conoce. Abracemos la lucha, lo belicoso. ¿La paz? Invento de los que hacen la guerra, camino antes de la nueva guerra que robustece a los que los que vencen.

No he visto una sola destrucción, todo ha cobrado nuevas formas para mantenerse en su lugar, el Poder ha sido inteligente, astuto e invisible. Su arma más poderosa: la palabra. Fue el Poder el que nos contó los hechos, la Historia vista de esta manera también es la creación de esa Voluntad de Poder, el que construyo los relatos y si fue posible es porque estamos ansiosos de verdades, pero no las hay, son creadas para ser conocidas.

jueves, 7 de julio de 2011

La Flor.

Había llegado a la casa preso de un agotamiento torpe después de haber visitado a Jorge, amigo por excelencia pero de los cuales uno no puede confiar determinadas circunstancias o emociones. Allí me encontraba, revoleé mis llaves por el cuarto y dejé unos libros arriba del escritorio, caminé hasta la cocina y preparé unos mates. Prendí un cigarrillo y recuerdo haberlo fumado como si fuera el último. Entre tanto pensaba, daba la impresión de no poder resolver toda una pegatina de cuestiones o preocupaciones, un escollo bastante cerrado difícil de desenvolver. Apoyado sobre la mesada de mármol no podía escapar de La Razón, sobre todo por el inútil intento de ordenar mis ideas. Me acordé de Mayra y percibí un quiebre en el tiempo. Suspiré y el agua para el mate hirvió. Levanté la tapita de la pava para dejar enfriar un poco. Mientras tanto me dirigí al cuarto y tomé un libro mustio titulado ´´ La Razón y el Minotauro``, era una compilación de pequeños ensayos, lo abrí y lo cerré. Enfrascado continuaba en mi inercia de ideas.

El día estaba congelado pero aun así existía un sol radiante que penetraba por las ventanas, por la cerradura de la puerta de entrada, se escabullía entre las rendijas de las persianas. Todo iluminado. Las cortinas del comedor color maíz se balanceaban por le viento agitado. Se escuchaban las voces de los vecinos, de los niños. Hubiese deseado que se callaran, pero no lo deseé, había en ello una cómoda compañía. En este mundo, comprendía, no estaba yo solo, de igual manera sentía, es decir nacía en mí la sensación de que existía un error en él, algo andaba mal. Percibía una grieta a corregir. No sé si era yo o era el mundo. Si las experiencias personales habían hecho de mí un hombre patético o meramente el mundo no debiese ser lo que es. De seguro crecía un malestar dentro mío, malestar enmarañado por el sin fin de sucesos recientes que se apoltronaron en forma irregular como las hojas de los árboles, caídas al suelo una sobre las otras y ese todo incomodaba al cuerpo mismo, como una especie de huella crispada o de estar caminando en un laberinto.

Sonó el teléfono. Un privado, ni me molesté en atender supe instantáneamente que era la oferta de algún servicio telefónico o de salud. Me mordí los labios. Tomé las llaves y me fui de la casa, dejando el mate inconcluso, olvidado. Era menester despejarme, ver el cielo y dejar al frío hacer de las suyas con mis dedos, con mi nariz, permitirle que entumezca mi cuerpo.

Observaba a la gente caminar, a la vida que no sucede. Me detuve en una esquina a pispiar por los cuatros caminos a tomar. Opté por el regreso. Algo estaba por acontecer, se movía ahí donde uno menos lo espera.

Subí por las escalares mientras mis manos buscaban las llaves en el llavero. Abrí y de repente… nada, todo estaba en el mismo lugar. Ningún cambio. Fue así que calenté el agua tomando los recaudos suficientes y necesarios para que no hirviera y entonces me senté en mi silla y cebé. Al primer mate recordé una foto de Mayra en donde yo no estaba, al segundo deseé con violencia y pasión haber sido yo el que estaba junto a ella en la foto. Al tercero no me resigne, no así sin lamentarme pero no me detuve.

Recordé unas vacaciones en Corrientes, y un viaje a Rosario. Nada de lo que acaecía en la memoria era lo que recordaba, una cosa completamente distinta, una mera representación, quizás, bañada de afecto. Todo lo que aparece fantasmagóricamente no era ni Mayra, ni Corrientes, ni Rosario, nada se asemejaba a lo que fue en su momento, como cuando me acordé haberme golpeado todo el cuerpo con las piedras de Chapadmalal ocultas por el mar. Aquella experiencia del dolor no era sentida, si bien recordaba el dolor en mis costillas y mis manos raspadas y el ardor de la piel por el agua salada, nada de eso era real. Ciertamente, recordamos lo que no es, lo que dejo de ser y lo que ya no será, por su carácter de ser pasado y porque tampoco es ese pasado. Es otra cosa maravillosamente distinta, que puede remitir hacia aquel pasado. Una distancia que no es un camino al cual podamos utilizar para retroceder. Es un intento que fracasa perennemente y sin embargo no nos agotamos de fracasar.

A pesar de todo el día proseguía, un sol tenue, se escuchaban el venir de los vecinos, sus zapatos chocar con el piso del pasillo del edificio, el abrir y cerrar de las puertas. Un grito desgarró la calma, no tardó en volver a la normalidad. Los televisores se prendían, era evidente el cambio del ambiente. Siempre creí que la electricidad es responsable también de marcar la diferencia entre el día y la noche o en realidad es notorio la diferencia, aunque no lleguen a nosotros los sonidos provenientes de la radio o las voces, es perceptible que a la noche reina un silencio no tanto absoluto como fuertemente marcado.

Mientras tanto había decidido irme a recostar, estaba cansado, no había escrito nada nuevo durante la tarde. Ya en la cama hice el intento de dormir, pero fue en vano. Di vueltas, fijé mi mirada a la izquierda de la habitación donde estaban los libros en mi biblioteca. Siempre entre libro, no los consideraba como una compañía, ni tampoco como una pasión los hacia. Si leía, si me sumergía en su hojas era para distraerme. Pero será la suerte de la vida, los libros lograron emocionarme y descubrir que lo irreal produce malestares o placeres, enferman como curan, tan parecido era ello a los hechos o a las decisiones de las personas cuando afectan al otro, a mi. Los libros me habían revelado como la Biblia al católico una verdad o una certeza: la vulnerabilidad del hombre ante no determinadas cosas sino más bien a todo lo que nos secuestra o nos envuelve sea la realidad o la irrealidad. Mas aun, me generaron los libros, la idea no tan firme de que no existe la realidad y de que todo es un relato, pero por otro lado están los hechos también, lo que ocurre. Aunque siempre afectan cuando nos separamos de ellos y comprendemos el hecho, cuando su sentido cobra vigor al otorgárselo, es decir al producirlo. Los libros han sido para mí la clara noción de la semejanza que guardábamos con los poderes de los Dioses, de que son, a veces las palabras las que ordenan al mundo. Como Fuxi o Fu Hsi (el primero de los Tres Augustos y los cinco emperadores), que al mirar al cielo vio un animal mitológico y en su lomo vio escrito los cimientos del I-Ching, el libro de las mutaciones.

Pero los libros no han sido jamás una compañía, fueron el no pensar de mi soledad, era siempre ese lugar de los personajes fantásticos, lugar para espiarlos o sorprenderme de la genialidad del autor o del acercamiento a este ultimo, como cuando leo a Borges o cuando leo al inmenso Dostoievski. Creo que fue mi abuelo el que me tentó a la lectura, su insistencia, como también con el ajedrez. Pero fui yo el que perpetuo aquel cometido.

De repente cobré conciencia de mi, yo acostado sin poder dormir, en silencio. Un cuerpo, el mío como referencia ante las cosas. Nada me hacia vibrar, estaba aburrido. Sabía que algo iba a ocurrir, estaba ahí latente moviéndose por la sangre, se deslizaba por los músculos, especie de ataque de pánico pero no, tampoco, nunca hubiera podido comprender, de comprenderla. Pero algo se agitaba. Yo esperaba en el inagotable aburrimiento. Me dormí.

Acá comienza mi relato. Al abrir los ojos supe que había dormido como una bestia, era de noche eran las tres y cuarenta y siente de la mañana. No había cenado, me salteé la comida pero tampoco tenia hambre. Fui al baño y volví al cuarto. Fume otro cigarrillo y no sabía que hacer. En la oscuridad cerré los ojos y todo se desencadenó.

Vi el color violeta aparecer en forma de círculo desarmándose y cobrando la fuerza y la figura de un hombre con los brazos tendidos hacia delante que giraba alrededor del inmenso espacio oscuro, se desvanecía y la secuencia volvía a repetirse varias veces. Puse mis manos sobre los parpados y vi la sangre fluir por mis venas hasta dar con los huesos de la mano. Se esfumaba y me esforzaba en mirar aun más y lo lograba. Hasta que una Flor surgía desde lo mas profundo y desconocido Universo, los pétalos violetas fundidos con el negro tenían escrito su nombre, pero no aparecía palabra ni letra alguna. Esa Flor era ella, yo sabia que era ella, como una Emperatriz de ese mundo que apareció, ni real ni irreal había cobrado la vida la imaginación. La inauguración de la Flor era magnifica, sus pétalos brillaban y se desprendían para volver a nacer aun mas superiores, esplendidos, cada vez mas bondadosos, nobles. Existía. Todo existía sin tiempo, sin cuerpo, ahí. Ella flotaba en la oscuridad. La Flor también moría y desde el extremo derecho inferior volvía aparecer aumentando su tamaño. Una espiral en torno a un tornado también color violeta arrancaba los pétalos. Círculo de un azul inmaterial viajaban. Los pliegues de mi mano. Era una inmensidad dulce. La mansedumbre suave de la existencia incorpórea de ella me elevaba al éxtasis narcótico causante de haberme transportado a ese lugar donde descubría todo lo que Mayra había producido en mí, lo que de ella quedó después de marcharse. Una trascendencia magnate que masticaba mi ser, destruyéndolo para combatir con la locura dejándome vencer porque hasta ahí yo quería dirigirme. A esa cercanía con ella, sin dolor, sin razón sin justificación, más que la dicha y el placer de saber que ella existía y todo lo que había hecho en mí fue un mundo nuevo. La Flor continuaba, en su gineceo, su centro superficial era la entrada a lo dionisíaco, hasta detenerme en su néctar, el vino de los Dioses Griegos. Esa dulzura ácida era mi lugar, bebí el néctar y comencé ascender, las anteras y los estigmas me rozaron y lloré. Vi por última vez a la Flor y lentamente empezaba a reinar la oscuridad del Universo.

Aquí culmina mi experiencia. Abrí los ojos, incrédulo de lo que había pasado pero no había duda alguna. Sonreí y me quedé en silencio.

lunes, 6 de junio de 2011

Tu cuerpo Dionisíaco

Un instante, tan denso como ínfimo, creo que fue la imagen con más fuerza y estremecimiento que presencié una especie de teogonía, como una caída de Tetis en el mundo, una revelación más aun la más preciosa aparición de la cual fui testigo. Ahí estabas, de repente en mi vida, en el mundo, para mí comenzabas a existir. Existías, una nueva voz por escuchar, una nueva piel por recorrer, una existencia plena para contemplar y descubrir. Desde aquel instante mi pasión fue rastrear cada lujo de tus detalles, mirarte.

Un cuerpo, esa distancia imposible que nadie puede alcanzar. Un rostro. Un cuerpo que al descubrirlo noté que era un laberinto cuyos caminos no llevan hacia La Razón, sino que tan solo espera La Locura, la perdición, el placer sexual y espiritual. Ese cuerpo mirado por mí, arrebatado de golpe para guardar en secreto esa imagen agradable. Había dado con lo que jamás quise soltar. Pero sobre todo un recuerdo, inmenso recuerdo que me acompaña cuando me paro frente al espejo, para calmar la angustia que produce a veces la soledad, ese cuerpo aniquila mi soledad, la descuartiza, la niega. Cuerpo que me sirve para huir de las preocupaciones, de los miedos, lugar perfecto para superar los limites de las consecuencias. Espacio extenso para actuar bajo cualquier cielo o sobre cualquier infierno. Territorio para imaginar y fantasear un País, para jugar con el aroma de las flores de la piel. Un cuerpo preciso para olvidar, un proyecto, una elección. Cuerpo que se convirtió en mi posibilidad, en un peligro íntimo, en la posibilidad de que él comience a mirarme.

Los instantes cambian la vida, en suma, aquella nueva existencia inicio el peligro, me arrojó hacia lo distinto: el futuro comenzó a determinar a mi presente. De aquel entonces ese cuerpo fue mi obstinación. Una nueva forma de proceder ante el mundo, había algo que comenzaba a importar para mi.

Nos saludamos, un roce exquisito de las existencias. Primer contacto que envolvió a la libertad de cada uno, una especie de iniciación hacia eso que no somos todavía. Momento trágico, de una intensidad tan inexplicable como arbitraria. Las libertades colisionaban configurando una sinfonía para la embriaguez, para perseguir una distancia inalcanzable un placer inmensurable, delicado. Una música de la atracción. Momento que disparo a la vida hacia la delicia de tu existencia para masticarla, y saborearla lentamente y dar con el delirio de lo dulce de existir nuevamente ante un sueño, una figura que esta ahí, enfrente, siempre enfrente, cuando recuerdo, en la memoria.

Una nueva forma de empezar a jugar con la imaginación, y crear mundos donde bebo las palabras que danzan en tus labios para saltar de a ratitos en mi carne produciendo las vibraciones que alteran la pasividad. Como dice Nietzsche tu cuerpo es el arte dionisíaco, el cual descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis. Dos cuerpos, el tuyo el mío, una sola locura en el centro de tu laberinto que nos elevan hacia el olvido, hacia lo narcótico del pacto entre nuestras libertades. Bañándonos con los poderes de los Dioses, empezando a ser Dioses porque creamos nuestras fantasías, nuestros proyectos. Eso y más es tu cuerpo, es el lugar para liberar los instintos, lugar para que me encuentres, no es mi cuerpo, es el tuyo el universo donde me verás y me poseerás. La interrupción de lo que rodea, que nos separa del rebaño.

Pero también será el lugar donde no solo me darás y te daré felicidad, sino que será el lugar de las cicatrices, donde te heriré, y me lastimarás. Sin embargo es el lugar donde no quiero contener ningún impulso, y quiero que mi cuerpo sea el que tenga la marca de tus besos, de tus sobras y también de los tajos procurados por un momento de ira repentina. Quiero que me hagas feliz y espero que me hagas llorar. Anhelo que en el intento de achicar la distancia entre cuerpo y cuerpo nos volvamos locos invoquemos la risa y nos sumerjamos en el futuro incierto, diáfano. Y cuando alcancemos el ser de cada uno, podamos al fin recuperar nuestra naturaleza partida.

miércoles, 1 de junio de 2011

La Mirada

Quisiera hacer una intromisión, sepan disculpar pero hay que contar como son las cosas, mi verdad (si se quiere) aunque por otro lado, no existe eso que se denomina común mente La Verdad. En fin, no intento ser ubicuo ni omnipresente pero han sido años de búsqueda, tantos que he perdido la cuenta y noción del tiempo. Si somos la sumatoria de todo lo que hemos hecho entonces somos nada, más aun cuando todo mi devenir fue un contra-efecto de mi búsqueda. Ahora estoy viejo, agotado.

Hay días en donde me encuentro y paso el día entero frente al espejo, le hablo meramente con la necesidad de engañar a la soledad. Ciertos días me contesta y se a partir de ese instante entonces que podré sonreír durante el día completo. Otras veces solo poso frente a él para verme, o para recordar quien soy en el presente. Juego, levanto una mano y la imagen lo hace. Gesticulo deformando toda la existencia, esta carne que poseo, la imagen imita todos los movimientos bruscos de la piel cuando se estira. Me despeino y ella se despeina. Pero a pensar que me entretengo, mis ojos solo ven lo que soy inversamente, mi mano derecha es la mano izquierda. Concluyo, ya no soy. Es por esto que la soledad vuelve a caer sobre mí como un manto lleno de púas porque ante mi ha aparecido otro, que existe ahí donde mi mirada apunta, porque lo que veo es tan distinto a mí como él lo habrá de hacer conmigo. Es cierto también esa imitación envejeció a la par mía y que desaparece cuando soy yo el que me alejo. Sin embargo el nunca me grita, se que esta ahí pero no emite nada de esa mirada, no existe ese peligro de ser visto. Esto no tiene solución. Este es el motivo, la causa de mi búsqueda, encontrar aquella mirada que me encanta, que extraño.

Hubo un tiempo en que esa mirada no se quitaba de mí, ni un solo segundo, es cierto que las cadenas de las Moiras ayudaban, las mismas que a Parmnides lo hizo equivocarse y a Heráclito mantener un orden invisible. Creo que la culpa de mi búsqueda, es decir de quedarme sin ella se lo atribuyo a un Dios, fue hace tanto tiempo que cuesta recordar. Ya se, Zeus enfurecido sin justificación (los dioses no se sirven de la razón). Cuando al comienzo del universo en donde ella y yo éramos uno, inseparables este Dios partió esa naturaleza que éramos en dos, creando (esto nunca se supo) el pasado, el presente y el futuro, a la maldita temporalidad, debido a que a partir de ese momento he sido y habré de ser lo que sea menester para volver a dar con esos ojos para que toda esa mirada me justifique una vez mas.

En mi camino he formado parte de la cultura Magdaleniense, todavía mantengo en una repisa mi propia Azagaya. Luche contra los Treinta Tiranos para luego darle muerte al Minotauro de Creta, en vano desangre al ser, solo me encontró la locura, y así deambule por las tierras infieles y así llegue a ser Emperador. Conocí las tabernas cansado de caminar determine estar sentado para esperarla. Escribí poemas, y nadie me reconoció hasta que yo ya era un dibujante. Me interne en la selva para hacerme amigo de un lobo, quise descender hasta el infierno pero solo dí con una melodía. Recorrí todo el Medio Oriente, años atrás me detuve un largo rato en Mileto y funde una Academia.

Imagine el futuro, nunca detuve los pensamientos, y en el lago Turkana me propuse asfixiar a la razón, estuve cerca. Fueron tiempos de inquisición, de fe y ascetismo, tiempos donde la libertad justificaba el mal en el mundo, las fallas, las desviaciones y las perversiones, épocas donde el alma era una especie de prisión del cuerpo, prisión otorgada por los otros en la medida que este elegía todo lo inmoral. Tiempos donde debía el cuerpo humano padecer el suplicio en nombre de un nuevo Dios de menos dos siglos. Intente comprender la historia y solo encontré sangre.

Por lo pronto mi naturaleza seguía partida, el mundo tan vasto no dejaba encontrarla simplemente para que me mire como cuando nos despedimos ante la fuerza de Zeus. Un día mientras contaba unas monedas de plata, acaeció un milagro, se supo de una nueva tierra, la mitad del planeta había sido descubierto. No lo dude, me embarque en el primer navío hacia lo nuevo.

Entre la crueldad en nombre de Dios y el espíritu Santo, la tortura, la esclavitud y la corona, en medio de todo aquel meollo mi búsqueda continuó. Tuve que matar y someter a esos indios cuya tierra le estábamos saqueando.

El tiempo pasó, la historia procuro ser racional a titulo de valores tales como el orden y el progreso. Fui testigo del fusilamiento de Dorrego y en el asesinato de Facundo Quiroga, escuche con atención de que manera Argentina habría de comenzar a ser bajo el mando de Roca. Llego el Tango y cante en los suburbios de Constitución y Almagro. Me apuñalaron, algunos tajos procuré a otros. Tuve varios nombres, un escritor me llamó Andrés aunque yo pude cambiar aquel final trágico así mantenerme en mi rumbo y condensar el sentido para no perderme jamás ya que hube de estar decepcionado por la vida entre la desaparición de ella y la muerte de una hija. Me escape tierra adentro y ya nadie se pregunto por mi. Cuando ya estaba en el Sur, en Playa Unión los cambios sociales se iniciaron, la revolución Cubana estalló, el mayo Frances, la liberación de los Pueblos Africanos, de los cuales algunos dominé. Participé de la primavera de Cámpora. En efecto, fui todo para esa mirada, concluyo siendo nada. Quise escribir como Borges y ser Sartre. Imagine la muerte en el mar arrojando a todos los cadáveres que soy devolviendo el recuerdo de tantos hombres que deje de ser para convertirme en un devenir con una sola pasión inmutable: la de tu mirada, esa que el Dios Zeus me privó por su capricho divino. Esa mirada que me sostuvo en el Universo, dándome un ser, manteniendo en secreto todo lo que soy, y ese secreto deberá seguir estando en algún lugar ¿me habrá estado buscando? ¿Habré pasado por su lado en alguna calle del mundo y no pude reconocerla? ¿Habrás muerto?

Existo, es lo único de lo que no puedo dudar, tengo un cuerpo de huesos débiles, a este cuerpo lo llaman ahora Nicolás, yo le hablo al espejo y no me contesta. Necesito de esa mirada que me secuestraba todo lo que yo era, que me veía como yo jamás he de verme ni podré hacerlo si quiera alguna vez. Me seducía y en el juego de la seducción los problemas y cuestiones se esfumaban dando paso al placer y al deseo.

La mirada me otorgaba esa imposibilidad, me colocaba en una situación de peligro constante. Un peligro hermoso, un privilegio de la vida. Un peligro debido a la libertad de ella de hacerme ser lo que su voluntad dictaba.

Quizás fui tantos hombres y demasiados trajes debido a que ella jamás dejó de mirarme. Quizás ahora estés ahí, enfrente de mí. Quizás ahora termines de leer y me mires.