miércoles, 4 de noviembre de 2009

Locura y Pasión

Despierta repentinamente frente al piano, mira las manos cuyas interpretaban Chopin Nº 12 en do menor revolucionario. Allegro, sin recordar mucho menos cuando habíase dirigido al instrumento, pero ahí estaba entusiasmado en un frenesí, en cólera pura extasiada de arte, fuera de si. Desbocadamente golpea con los dedos las teclas, sin importarle el dolor prosigue como un animal predador en busca de la comida en pleno acto, (busca tal vez el sonido perfecto). La melodía baja y sube de intensidad, respeta la duración, termina, pero vuelve a comenzar. La gente por la vereda asombrada por la fuerza de la música presencia auditivamente al erudito, sin embargo escucha que todo se vuelve silencio, un grito desgarrador cubre la atención de la gente aun así los invita a despejar la zona. Dentro de la habitación, el hombre con los codos en las piernas, las manos en la cara, se encuentra llorando, las lágrimas desarman los ojos, la saliva fluye por la boca, las venas intentan explotar del cuello, la frente suda dolor mientras las uñas se clavan en la misma. Levanta los pies, no quiere sentir en ellos la sangre que los manchan, aquella sangre que teñía el piso, aquella sangre que pertenecía al amor de su vida, que ahora el veía a su cuerpo desplomado en el piso con los ojos abiertos como si siguieran mirando y el cuchillo en la espalda, el cuello abierto, el cuerpo pálido, frío, lejano.
Acurrucado en el banco, no recuerda, no piensa, sino solo puede balancearse y a puntar su mirada a un cuadro de mal gusto el único de la habitación, colgado en la pared blanca, pero sucia, con las huellas de la humedad, ya no tiene suficiente cordura como para arrepentirse. Da media vuelta, se levanta, y vuelve al piano, improvisa un vals de pie, sonríe, deja de mover los dedos, pero la música sigue escuchándose, se aleja, levanta al amor de su vida, toma una mano, el brazo derecho circunda su cintura y comienza el baile.
El muchacho es feliz, le habla al oído le susurra unas cuantas palabras de amor, promete no abandonarla nunca, que siempre será incondicional estén donde estén, cree sentir que aquel cuerpo escucha, en su imaginario la ve llorar de emoción por las palabras recién emitidas. La toma por completo por los brazos, la alza para dirigirse a las escaleras, sube hasta la terraza, el viento golpea los pelos de los dos, la ropa se balancea, la mira a su mujer, la besa, vuelve a repetir un silencioso te amo, camina hasta la cornisa. La luna ilumina los cuerpos, el tiempo ya no existe para ambos, el hombre ya no es lo que era, levanta la vista, mira hacia el frente y lentamente deja soltar a su mujer. Ella se eleva a la eternidad, y el hombre muere en el intento de volver a tomarla, la mujer contempla el fin.

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