viernes, 21 de octubre de 2011

Poema de Ayer

Un sueño. La noche quejumbrosa. Un grito. Una espera sorda.

El fastidio y el dolor de los que posponen deseos.

La muerte y la culpa de morir. Las creencias.

El agobio producido por los que nos toman por el cuello

Las manos que no nos quieren soltar. Las obsesiones.

La ficción que somos y las miradas inevitables.

Miradas que nos convierten en estatuas, que nos modelan.

La subjetividad.

Una lágrima en una mejilla y otra que se posa en unos labios.

Un latido. Una aparición, una compañía inútil y de repente se esfuma.

Un milagro y la vida dejó de ser cierta. La distracción fútil, imprecisa.

Un cuerpo que anhela ser dos. Un cuerpo que pide crear.

La destrucción de lo que nunca dejo de ser una posibilidad.

Una voluntad rabiosa que sin pedirlo se detiene en el poniente cardinal.

Una mujer que existe recostada sobre dos sillas.

Una mujer separada del escritor

por una distancia imposible de recorrer.

Un roce de manos, un roce de existencias en soledad.

Algo que no vale nada: el Hacer.

Una verdad nunca atrapada: el Absurdo.

Una teoría nunca puesta en práctica: el Placer.

Un tatuaje en la muñeca y el cuerpo aparece en escena

para que la escenografía se convierta en un transfondo de mundo,

para que se desvanezca el mozo, la mesa, los vasos que chocan,

la pareja de novios, el ruido.

El escritor concluye: el cuerpo es la obra de Arte.

Al alzar su vista los ojos de una serpiente lo aniquilan.

El tiempo se detiene, la sensación de la eternidad.

El mundo suprasensible se atreve a ser real.

Tan solo un instante, inmenso, concreto, infame y de carne.

Una aventura inteligible: La Mirada.

El peligroso descuido de ser mirados.

Las voces se apagan, la música acaba.

Todo muere para dejar que otra cosa nazca, eso es la necesidad.

Por definición el placer es la búsqueda constante de realizar un deseo

para que la pasión, al fin, se haga ciega

y cabalgue a martillazos arriba de aquella voluntad

que todo devora y a todo lo aplasta al mundo y así obtener

lo que los otros, los cercanos, le prohibieron.

Un silencio.

Una despedida.

Un hasta luego.

Tan solo queda el miedo a la libertad.

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