domingo, 4 de julio de 2010

Carta IV: Animarse.

Domingo 4 de Julio, 2010



Una noche serena, una cálida brisa, la agradable música que abarca toda la habitación, todo este perfecto ambiente invita a la compañía, a esa sensación o pensamiento de querer dialogar, aun así, no hay nada. ¿Qué puedo hacer? Prender un cigarro, y seguir deseando. El deseo que todo lo moviliza pero como tal, es decir por su condición exige perpetuarse como deseo, y sin embargo yo quiero agotarlo. Yo ahí, ella enfrente, una palabra se filtra por sus labios, una sonrisa se escapa torpemente y mis músculos se doblan o transforman para formarla, una botella de cerveza, en un invierno agotado, ese es el deseo que me es propio.
Hay que animarse, la cobardía es solo de Dios. En lo que a mi me respecta, como ser humano no puedo conformarme por cobardía ha perderla, lo mismo sucede cuando se pregunta Dostoievsky si se puede vivir tan solo por cobardía. No, no se puede ni una ni la otra cosa. Hay que hacer, o por lo menos es preciso decidir. De eso se trata la libertad. El resultado no importa, el resultado es lo que se anhela. Por otro lado las decisiones son, y nunca dejaran de ser, ellas no son pretendidas, ellas construyen lo que uno pretende. Ahora mi pasión es poder compartir la seducción con ella.
Mientras tanto, escribo, todavía no encendí el cigarro, pero la noche se consolida atractiva. Es cierto, es grato ahora mismo, lo único que se puede comprobar. Los temas del disco mueren, y una nueva canción nace. ¿Qué significa todo esto? Que el tiempo ocurre, que el tiempo no muere, sino en realidad todo aquello, todas las cosas que están dentro de él. Por lo visto, apartarse, es decir, ser atemporal es lo imposible indudablemente. Tengo que animarme o me consumiré en el tiempo y restará solo el olvido, y las existencias de mis sentimientos desaparecerán mudas, de forma mustia sin haber sido expulsadas de mi sistema, sin haberse quebrado o haberse diluido en el aire.
Crece el descontento, aparece el cansancio y las ganas de dormir, perder el tiempo parece una rutina favorita del mundo entero, parece que un manto de inercia ha caído sobre mí. Se escuchan ruidos, las luces del pasillo del edificio iluminan, y se deja ver desde mi ventana. De repente se apagan, nada es la normalidad, siempre es algo nuevo. Sinceramente lo que siento, este deseo carente de voluntad no es nuevo, tampoco es viejo, sino constante, es claro, siempre se eyecta al futuro. Pero en esta situación pienso: aunque por increíble que retumbe en las conciencias, ella es la clase de mujer que siempre ha hecho suspirar. ¿Qué culpa tengo? Quererla.
Como un novicio en estas cuestiones he de tener miedo, habrá que aniquilarlo, habrá que dejar de ser un inexperto y afrontar lo que sucede, y no detenerse frente al muro. Existen dos posibilidades: o saltarlo, o dejar el rastro en forma de lamento y luego secar la sangre en los ladrillos del muro. Habré de hacerme daño.
Luego de varios minutos hay solo silencio, el silencio de aquellos que esperan. Las nueves corren, se mezclan, colisionan, y se funden en un mismo cielo del que son partes, ellas solo ellas, yo las miro desde abajo, las detesto, las envidio: ellas no sienten. Ellas no recuerdan el mínimo detalle, no intentan re-atrapar los momentos. Y yo que soy un pobre tipo que solo recuerda, que acumula conversaciones, situaciones, que reabsorbe en la memora cada tris junto a ella, y a la vez desperdicia cada oportunidad, que todo lo pierde. Para vivir hay que decidir, para decidir hay que animarse, mi fundamento, la libertad.

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