martes, 15 de junio de 2010

Carta II

Martes 15 de Junio


Mi cabeza se asoma, la ventana un poco abierta esta, una leve brisa acaricia la piel, que es mía. Viajo. Un hombre camina, otros dos de traje hablan. Dos personas de cuarenta años sentados en el cantero, enamorados juegan a recordar los rituales de la sensualidad. Un policía con frío dialoga con otra persona, eso lo veo cuando el colectivo dobla y sale de la Avenida. La gente que recuerdo, cada existente estaba ahí en distintas veredas de la misma calle.
Yo observo, disfruto del viaje, rehúso a recordarla, pero su representación es mía, hay una parte de ella que me he apoderado. En efecto, La pienso, la abrazo entre mis recuerdos de su divinidad tan humana, tan embarrada. Hace tiempo que no vive en mi algo tan puro, y tanta verdad renunciada, es decir, verdad importante. Lo importante, quizás de aficionado reflexiono, espera ahí. Sin embargo sé de antemano que no necesito de su amor para sentirme vivo. Por primera vez en silencio puedo disfrutar. Soy libre. En mi cerebro está (si me intenciono a su espíritu). Y los golpes futuros no me apuran a la cobardía, estoy dispuesto a llorar. Callo para disfrutar el momento de las sonrisas compartidas que bailan sobre la memoria, de la música que escuchamos. Somos cómplices de un sonido univoco cuando ese momento se da. Somos almas incomunicadas sin menesteres de exigencia. Su sexualidad tan clandestina, y sus impulsos rabiosos brotan en mis nervios cada vez que recuerdo mientras el colectivo me lleva de regreso.
Hay una especie de contradicción: hacerla fluir entre mis sensaciones y luchar contra ello, pareciera que intentara frenar las olas con las dos manos, si se trata de ella es un fracaso. El amor es caos, no es ordenado, ella es impetuosa, probablemente no lo sepa, estoy seguro de esto, de esta totalidad. Hay veces que nos perdemos de conocernos a nosotros mismos y en el otro descansa frenético lo inter-desconocido. En mi mirada, en mi construcción de ella en ese poder que tengo sobre su personalidad aparece su naturaleza fascinante, vertiginosa. Concluyo: ella es arrolladora.
Embriaga, como esta noche, este viento, este viaje de retorno a casa. Ilumina y adormece mi tiempo. Como un cuchillo sin filo, arremata sin dolor sin herida. La sangre no se derrama. Este amor mudo y precioso me permite no regalar sal. Mi atención es la contemplación, por el momento. Tan solo, y no me culpo, procuro gozar de las vibraciones de la carne, del nerviosismo, de la exaltación por compartir una misma idea, el orgullo de encontrar mis palabras en su boca (tan deseada). Tanto amor, tanto fulgor, tanta adrenalina, demasiada inspiración para un solo texto. Ella es demasiada canción.
Podría hablar de su aroma, de su belleza, de su apariencia, pero hay cosas más interesantes para recordar. Es su vida, y sus proyectos, es su libertad que despierta mi prosa tan errante. Lo que no se de ella, su subjetividad tan tentadora, tan abrumante como desgarradora de mis conjeturas es lo que produce en mi tanto embeleso. Seducido me reconozco al fin.
Me bajo, la música se apagó, veo la luna, veo a los hombres y mujeres, nadie sabe de mí. Puede ser que me vean, pero no descubrirán nada de mi amor. El frío se apodera de mis manos, las luces de los autos aparecen y desaparecen. Todos andan por ahí pensando en alguien. La gente anda por ahí. Por algún rincón ella estará en el mundo entre una vida de chacarera y paseos buscando una realidad mejor. Yo seguiré caminando.

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